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Por David Cabrera de León.

 

El mar, que tantas veces ha sido sinónimo de libertad, se ha convertido nuevamente en el escenario de una tragedia que destroza vidas, almas y corazones. El Hierro llora estos días los sueños de esas personas que se embarcaron en un viaje a lo incierto, en busca de una vida mejor. Una esperanza que se desvaneció a tan solo 7 kilómetros de la costa y a unos minutos del rescate.

Lo peor de todo es que este suceso no es un caso aislado, representa la cruel realidad que afrontan miles de personas que, huyendo del hambre, la guerra o la falta de oportunidades, arriesgan todo lo que tienen al subir en esas embarcaciones. Un total de 4.808 inmigrantes perdieron la vida de enero a mayo de este año por la Ruta Canaria, según las cifras que recopila el colectivo Caminando Fronteras a través de las familias. Son hombres, mujeres y niños, que ven en ese viaje su única vía de escape.

Este naufragio, ocurrido cuando la maniobra de rescate estaba en marcha, evidencia la desesperación que vivían los ocupantes del cayuco. Dos días sin agua, sin comida y expuestos al sol. En ese estado de agonía, cuando el rescate parecía cerca, el miedo y la confusión desbordaron las emociones y el cayuco volcó.

Detrás de cada uno de los 27 supervivientes de Nuadibú, del personal de Salvamar y Guardamar, de los voluntarios de Cruz Roja y Protección Civil, de los sanitarios y de las fuerzas de seguridad, quedará para siempre esta historia de sufrimiento, que representa las miles de vidas naufragadas en un océano que no pertenece a nadie.

Hoy lloramos a los que no lo lograron, y abrazamos con impotencia a los que sobrevivieron. Pero, más allá del dolor y la compasión, debemos exigir cambios. Esta tragedia como tantas otras, nos exige una reflexión colectiva sobre las políticas migratorias.

Es urgente que la administración autonómica y estatal asuman sus responsabilidades en la gestión de la migración y dejen de lado el constante intercambio de culpas y el tira y afloja de las competencias de cada uno. Esta crisis exige una respuesta unificada y eficaz, no se puede seguir permitiendo que la burocracia y la lucha partidista pongan en riesgo más vidas; es momento de que se actúe con decisión, coordinación y humanidad, y se ponga fin a esta irresponsabilidad compartida.

Ninguna vida debería quedar a la deriva, ningún ser humano debería morir en la orilla de un sueño.

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