Desde el pasado 15 de marzo, con motivo del COVID-19, hemos vivido una experiencia jamás soñada, comienza la lucha contra un enemigo invisible y hasta el momento desconocido

Desde el pasado 15 de marzo, con motivo del COVID-19, hemos vivido una experiencia jamás soñada, comienza la lucha contra un enemigo invisible y hasta el momento desconocido. Todos nos quedamos en casa, salvo los que ocupan puestos en servicio esenciales, los grandes héroes que están ganándole la batalla día a día, arriesgando sus vidas como ha pasado en este recorrido.
 

Nos hemos adaptado a estar en casa, a tomar todas las precauciones para evitar los contagios, nos hemos adaptado a las nuevas situaciones laborales: teletrabajo, ERTES, trabajos presenciales para los esenciales, y nos la hemos ingeniado para reinventarnos y adaptarnos a la situación y necesidades. Durante este tiempo hemos tenido en mi opinión una sobredosis excesiva de información, unas veces real otras falsas, errores y rectificaciones… etc.


Mientras permanecemos en casa haciendo esas cosas que siempre hemos dejado de hacer para cuando tuviéramos tiempo, cocinamos e innovamos con recetas, hasta intentamos diseñar y decorar platos que nos alegren la vista, leemos, pensamos, cantamos, bailamos, pintamos, escuchamos música, hacemos deporte, hablamos con la vecindad, nos reunimos por algunas de las plataformas virtuales con los amigos y la familia, celebramos cumpleaños virtuales, nos enviamos abrazos y besos virtuales, hacemos llamadas telefónicas, pero fundamentalmente nos detenemos sobre todo a compartir y arrimar el hombro, unas veces para momentos felices, otras para darnos ánimos en la situación laboral o para momentos tristes de pérdidas de seres queridos.


Lo significativo es que nos hemos detenido a pensar y valorar cuánto echamos de menos vernos para abrazarnos, para querernos. Porque esto está sirviendo para que valoremos las cosas y gestos pequeños, lo realmente importante, las personas, las amistades y la familia.

Hemos vivido experiencias personales que jamás pasaron por nuestra cabeza, pero están ahí y seguirán durante tiempo, no sabemos cuánto, pero tenemos la certeza de que no es de hoy para mañana.

Hoy, salen a la calle niñas y niños acompañados por una persona adulta, que han tenido que inculcarles una serie de medidas para tomar las precauciones oportunas ante este virus o “bichito volador”, que ha puesto patas arriba nuestro mundo. Esta es una de las medidas adoptadas para el paulatino desconfinamiento al que llegaremos, entre la inseguridad, el temor, el recelo a salir si no hay pruebas para toda la ciudadanía y otros que anhelan salir independientemente de lo reseñado.


La ciudadanía, independientemente de la situación económica en la que estamos o en la que nos espera, no va obviar algo tan vital como son las ganas inmensas que tenemos de ver a nuestras familias, nuestros amigos y de darles después de este tiempo un abrazo, un beso, que no podrá ser. Los adultos haremos el ejercicio de contener y entender la situación, pero los niños y niñas, cuando vean a sus abuelos, tíos, primos y amiguitos del cole no podrán reprimir ese impulso del abrazo, de tomarlos en brazos, del cariño, de los juegos colectivos, que durante mucho tiempo las familias nos hemos encargado de fomentar.

Difícil tarea la de explicarles que entiendan la situación cuando hay edades que no entiende de razones sino de emociones, cuando veas las lágrimas de una niña o niño correr por sus mejillas silenciosamente, porque para ellos es la forma de sentirse queridos, protegidos. Hacer el esfuerzo que no lo entiendan como un rechazo, es una difícil tarea la de reprimir los sentimientos para los que muchas personas no estamos preparadas. Por esto creo que hoy es imprescindible entre tantas otras cosas que tenemos que cambiar trabajar esas emociones con las que nos vamos a tener que enfrentar y que a veces pasan desapercibidas para los que tienen responsabilidades.
Publicación:Tiempo de Canarias

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